Los cristianos debemos no solo desenmascarar el mal, sino ser, además, luz en las tinieblas. Debemos abogar por el retorno a la verdadera celebración de la Fiesta de Todos los Santos (en esta feliz conmemoración, la Iglesia peregrina en la tierra dirige su mirada al cielo, a la inmensa multitud de hombres y mujeres a los que Dios ha hecho partícipes de su santidad; e invoquemos su intercesión común, para que todo hombre se abra al amor de Dios, fuente de vida y santidad.) y la riqueza del festejo del Día de muertos (es un día para presentar ante el Señor la memoria de todos nuestros familiares y amigos o conocidos difuntos, y tener un recuerdo eficaz de la muerte de Cristo y confesión gozosa de su resurrección, y hacer una plegaria piadosa por todos los fieles difuntos y expresión de nuestra voluntad de vivir y de morir por el ejemplo y la fuerza de Jesús.