jueves, 22 de diciembre de 2011

Misa de Medianoche y misa del día Natividad del Señor

Misa de medianoche (Misa de media noche: Tit 2,11-14) (Cfr. Benedicto XVI mensaje Urbi et Orbi 25 de diciembre de 2008) Hoy hemos vivido un día breve, la luz del sol pronto se ha ocultado, ha sido el día más corto del año; y como consecuencia, pronto nos ha envuelto la oscuridad de la noche. Así es hermanos, hoy como hace 2011 años: un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, la Palabra todopoderosa, vino desde el trono real de los cielos. En esta Noche santa se cumple la antigua promesa: el tiempo de la espera ha terminado, y la Virgen da a luz al Mesías. Sí, hoy “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. “Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy. La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que ‘ha aparecido’, se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén. ¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se llama Jesús, que significa ‘Dios salva’”. La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz: una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la luz». En realidad, es Él la luz misma que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. “La gracia de Dio ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su ‘sí’ como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20). Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino…”. Hermanos y hermanas el niño que nos ha nacido es para todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un ‘oasis’ de paz. Hoy ‘ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador’ (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, ‘no hay otro Dios fuera de mí’ (Is 45,22). Vengan a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; vengan a mí, no temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de la paz. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos. Misa del día (Heb 1, 1-6) Dios nos ha hablado por medio de su Hijo “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1, 1-2). Este Hijo es el Verbo eterno, de la misma naturaleza del Padre, que se hizo hombre para revelarnos al Padre y para hacer que pudiéramos comprender toda la verdad sobre nosotros. Nos habló con palabras humanas, y también con sus obras y con su misma vida: desde el nacimiento hasta la muerte en cruz y la resurrección. Dios habla a su criatura humana una y otra vez, de muchos modos, y sobre todo ha hablado fuerte en su Hijo, en el Niño que nos ha nacido. Él nos ha enseñado tantas cosas y nos grita su amor desde el pesebre de Belén. Sí, como ayer, hoy y siempre, “Dios nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hb 1, 2) y nos habla continuamente mediante la predicación del Evangelio y mediante la voz de nuestra conciencia. En Jesucristo se manifestó a todos los hombres el camino de la salvación, que es ante todo una redención espiritual, pero que implica lo humano en su totalidad, incluyendo también la dimensión social e histórica. Hoy es un día especial para abrir el corazón a la Palabra de Dios hecha carne en la pobreza de Belén. ¡Pero qué pocas veces escuchamos verdaderamente al Señor Jesús, porque escuchar implica necesariamente hacer lo que Él nos dice! Sí, la verdadera fe no consiste principalmente en tener la confianza en que Dios me va a hacer un milagro si se lo pido, de que me va a liberar inmediatamente de la terrible prueba que estoy pasando, de que va a solucionar todos mis problemas y males. Sin duda puede hacerlo y lo hace cuando Él lo considera mejor para nosotros, pero la fe cristiana no es ante todo un “creo en ti para que Tú me escuches a mí y hagas lo que yo te digo”, sino un “creo en ti y me pongo a la escucha para hacer lo que Tú me digas por medio de tu Hijo Jesucristo”. Para revitalizar la Navidad en nuestras almas es necesario cree y confiar verdaderamente en Dios, de modo que como el “siervo inútil” de la parábola hagamos lo que el Niño de Belén nos manda, es decir, adherirnos de todo corazón y con todo nuestro ser a las palabras, enseñanzas y promesas que Cristo nos ha dejado, traduciendo nuestra fe en la acción, en obras. Al considerar de este modo la fe en el Niño que se nos ha dado, descubrimos que nuestra fe es pequeña y frágil. ¿Qué puedo hacer para que mi fe aumente, y mi vida sintonice con el mensaje del nacimiento del Hijo de Dios? La fe es un don, por ello lo primero que debo hacer es pedírselo al Señor cada día con mucha humildad e insistencia: “Señor, ¡aumenta mi fe! Concédeme el don. Que pueda yo creer firmemente en Ti, en tus palabras y promesas, como supieron creer Santa María y los Apóstoles”. Lo segundo es conocer cada día mejor qué es lo que enseña el Señor Jesús. Para ello es importante leer los Evangelios con frecuencia y meditar las enseñanzas de Cristo, familiarizarnos con ellas. Decía San Ambrosio: “A Dios escuchamos cuando leemos sus palabras”. Al hacer esta lectura recordemos que debemos entender las enseñanzas del Señor como la Iglesia las entiende y enseña. La Escritura no puede estar librada a nuestra “libre interpretación”. Por ello también es importante instruirnos sobre las verdades fundamentales de la fe, leyendo continuamente y estudiando el Catecismo de la Iglesia Católica. Finalmente es necesario esforzarme por poner en práctica lo que Él nos enseña: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). La fe crece, madura y se consolida cuando pasa a la acción, cuando se manifiesta en nuestra conducta, en nuestras opciones cotidianas. Este pobre Niño, para el cual ‘no había sitio en la posada’ es nuestra fe, es, a pesar de las apariencias, el único Heredero de la creación entera. Vino para compartir con nosotros esta herencia suya, a fin de que nosotros, hechos hijos de la adopción divina, participemos de la herencia que él ha traído consigo al mundo. Palabra eterna, nosotros contemplamos hoy tu gloria, “gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). Que, por intercesión de María, la gozosa noticia del Nacimiento de su Hijo, nos haga crecer en la fe, la fe como encuentro vivo y personal con el Niño, que se nos ha dado. ¡Feliz Navidad a todos!

Misa de medianoche (Misa de media noche: Tit 2,11-14)

Misa de medianoche (Misa de media noche: Tit 2,11-14) (Cfr. Benedicto XVI mensaje Urbi et Orbi 25 de diciembre de 2008) Hoy hemos vivido un día breve, la luz del sol pronto se ha ocultado, ha sido el día más corto del año; y como consecuencia, pronto nos ha envuelto la oscuridad de la noche. Así es hermanos, hoy como hace 2011 años: un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, la Palabra todopoderosa, vino desde el trono real de los cielos. En esta Noche santa se cumple la antigua promesa: el tiempo de la espera ha terminado, y la Virgen da a luz al Mesías. Sí, hoy “ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”. “Ha aparecido. Esto es lo que la Iglesia celebra hoy. La gracia de Dios, rica de bondad y de ternura, ya no está escondida, sino que ‘ha aparecido’, se ha manifestado en la carne, ha mostrado su rostro. ¿Dónde? En Belén. ¿Cuándo? Bajo César Augusto durante el primer censo, al que se refiere también el evangelista San Lucas. Y ¿quién la revela? Un recién nacido, el Hijo de la Virgen María. En Él ha aparecido la gracia de Dios, nuestro Salvador. Por eso ese Niño se llama Jesús, que significa ‘Dios salva’”. La gracia de Dios ha aparecido. Por eso la Navidad es fiesta de luz: una claridad que se hace en la noche y se difunde desde un punto preciso del universo: desde la gruta de Belén, donde el Niño divino ha «venido a la luz». En realidad, es Él la luz misma que, apareciendo, disipa la bruma, desplaza las tinieblas y nos permite entender el sentido y el valor de nuestra existencia y de la historia. Cada belén es una invitación simple y elocuente a abrir el corazón y la mente al misterio de la vida. “La gracia de Dio ha aparecido a todos los hombres. Sí, Jesús, el rostro de Dios que salva, no se ha manifestado sólo para unos pocos, para algunos, sino para todos. Es cierto que pocas personas lo han encontrado en la humilde y destartalada demora de Belén, pero Él ha venido para todos: judíos y paganos, ricos y pobres, cercanos y lejanos, creyentes y no creyentes..., todos. La gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura. Pero hace falta que el ser humano la acoja, que diga su ‘sí’ como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (cf. Lc 2,1-20). Una pequeña comunidad, pues, que acudió a adorar al Niño Jesús; una pequeña comunidad que representa a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino…”. Hermanos y hermanas el niño que nos ha nacido es para todos los hombres. Jesús ha nacido para todos y, como María lo ofreció en Belén a los pastores, en este día la Iglesia lo presenta a toda la humanidad, para que en cada persona y situación se sienta el poder de la gracia salvadora de Dios, la única que puede transformar el mal en bien, y cambiar el corazón del hombre y hacerlo un ‘oasis’ de paz. Hoy ‘ha aparecido la gracia de Dios, el Salvador’ (cf. Tt 2,11) en este mundo nuestro, con sus capacidades y sus debilidades, sus progresos y sus crisis, con sus esperanzas y sus angustias. Hoy resplandece la luz de Jesucristo, Hijo del Altísimo e hijo de la Virgen María, «Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo». Lo adoramos hoy en todos los rincones de la tierra, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo adoramos en silencio mientras Él, todavía niño, parece decirnos para nuestro consuelo: No temáis, ‘no hay otro Dios fuera de mí’ (Is 45,22). Vengan a mí, hombres y mujeres, pueblos y naciones; vengan a mí, no temáis. He venido al mundo para traeros el amor del Padre, para mostraros la vía de la paz. Apresurémonos como los pastores en la noche de Belén. Dios ha venido a nuestro encuentro y nos ha mostrado su rostro, rico de gracia y de misericordia. Que su venida no sea en vano. Busquemos a Jesús, dejémonos atraer por su luz que disipa la tristeza y el miedo del corazón del hombre; acerquémonos con confianza; postrémonos con humildad para adorarlo. Feliz Navidad a todos.