sábado, 12 de noviembre de 2011

XXXIII Domingo TO/A Homilía sobre la segunda lectura


XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario/A (1Tes 5, 1-6)
Si el domingo pasado san Pablo nos decía; “A los que mueren en Jesús, Dios los llevará con Él”; y ahora nos advierte: “Que el día del Señor no los sorprenda como un ladrón. Al final del año litúrgico, la Iglesia nos invita pensar en el final de nuestra vida, nos invita a prepararnos para acoger al Señor que vendrá. Así, en la segunda lectura san Pablo nos invita a vivir preparados para cuando el señor nos llame: “…no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.
El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia. Esta advertencia de san Pablo adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. “Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16,15).
El domingo pasado decíamos que “nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida: “Acuérdate de tu Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio” (Qo 12, 1. 7) (CIgC 1007).
Ante el acontecimiento de su venida última y ante la ignorancia sobre la hora o día, el Señor enseña que sólo cabe una actitud sensata: velar y estar preparados en todo momento. Y para insistir más aún en la necesidad de este estar preparados el Señor pone a sus discípulos otra comparación: «si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón estaría vigilando y no lo dejaría asaltar su casa». Del mismo modo, el saber que vendrá y la ignorancia del momento mueven a una persona sensata a mantenerse siempre vigilante.
También el apóstol Pablo invita a los creyentes con insistencia a estar preparados en varias de sus cartas. El suyo es un llamado a “despertar del sueño” dado que «la noche está avanzada» y «se acerca el día». Este “pasar de las tinieblas a la luz” se realiza mediante un esfuerzo serio de conversión que consiste en un proceso simultáneo de despojamiento y revestimiento. De lo que hay que despojarse es de las obras de las tinieblas como los son las orgías y borracheras, las lujurias y lascivias, las rivalidades, pleitos y envidias. De lo que hay que revestirse en cambio es de las armas de la luz, más aún, hay que “revestirse” interiormente de Cristo mismo.
San Gregorio dice que el Señor “Viene cuando nos llama a juicio, pero llama cuando da a conocer por la fuerza de la enfermedad que la muerte está próxima. Y le abrimos inmediatamente si lo recibimos con amor. No quiere abrir al juez que llama el que teme la muerte del cuerpo y se horroriza de ver a aquel juez a quien se acuerda que despreció. Pero aquel que está seguro por su esperanza y buenas obras, abre inmediatamente al que llama porque cuando conoce que se aproxima el tiempo de la muerte, se alegra por la gloria del premio. Por esto añade: ‘Bienaventurados aquellos siervos, que hallare velando el Señor, cuando viniere’. Vigila aquel que tiene los ojos de su inteligencia abiertos al aspecto de la luz verdadera, el que obra conforme a lo que cree y el que rechaza de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia”.
Y, por su parte, San Cirilo: añade que “Así pues, cuando venga el Señor y encuentre a los suyos despiertos y ceñidos, teniendo la luz en su corazón, entonces los llamará bienaventurados”. Por tanto, en toda circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, “perseverar hasta el fin” y obtener el gozo del Cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que “todos los hombres se salven” (1Tim 2,4).
Santa Teresa de Jesús al respecto enseña: “Espera estar en la gloria del Cielo unida a Cristo, su esposo: “Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin”. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.