lunes, 29 de agosto de 2011

XXII Semana Reflexiones del evangelio de cada día


Vigésima Segunda semana

Lunes: San Juan Bautista, Martirio
Marcos 6, 17-29
Muerte del Bautista. Hoy la tradición cristiana recuerda el martirio de san Juan Bautista, “el mayor entre los nacidos de mujer”, según el elogio del Mesías mismo (cf. Lc 7, 28). Ofreció a Dios el supremo testimonio de la sangre, inmolando su existencia por la verdad y la justicia; en efecto, fue decapitado por orden de Herodes, al que había osado decir que no le era lícito tener la mujer de su hermano (cf. Mc 6, 17-29).
En la encíclica Veritatis splendor, Benedicto, recordando el sacrificio de san Juan Bautista (cf. n. 91), afirmó que el martirio es un “signo preclaro de la santidad de la Iglesia" (n. 93). En efecto, "es el testimonio culminante de la verdad moral” (ib.). Aunque son pocos relativamente los llamados al sacrificio supremo, existe sin embargo “un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios” (ib.). Realmente, a veces hace falta un esfuerzo heroico para no ceder, incluso en la vida diaria, ante las dificultades y las componendas, y para vivir el Evangelio sin cortapisas.
Como auténtico profeta, san Juan dio testimonio de la verdad sin componendas. Denunció las transgresiones de los mandamientos de Dios, incluso cuando los protagonistas eran los poderosos. Así, cuando acusó de adulterio a Herodes y Herodías, pagó con su vida, coronando con el martirio su servicio a Cristo, que es la verdad en persona.
Invoquemos su intercesión, junto con la de María santísima, para que nosotros nos mantengamos siempre fiel a Cristo y testimoniemos con valentía su verdad y su amor a todos.

Martes Santa Rosa de Lima, Virgen
Mt 13, 44-46
Va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre.... va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel” (Ibíd., 13, 44).
San Gregorio nos explica que “El tesoro escondido en el campo significa el deseo del Cielo, y el campo en que se esconde el tesoro es la enseñanza del estudio de las cosas divinas: “Este tesoro, cuando lo halla el hombre, lo esconde”, es decir, a fin de conservarlo; porque no basta el guardar el deseo de las cosas celestiales y defenderlo de los espíritus malignos, sino que es preciso además el despojarlo de toda gloria humana… Compra sin duda el campo después de haber vendido todo lo que posee aquél que renunciando a los placeres de la carne echa debajo de sus pies todos sus deseos terrenales por guardar las leyes divinas”.
Con esta parábola el Señor resalta la necesidad de “venderlo todo” para poder ganar el Reino de los Cielos. ¿Qué tenemos qué vender para hacernos del Reino de los cielos? Puede haber muchos tipos de bienes que hemos de vender. Unos son materiales, otros pueden ser espirituales. Así, pues, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.
Miércoles
Lucas 4, 38-44
También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, pues para eso he sido enviado. El Señor manifiesta la razón que le impulsa a tomar esa decisión de abandonar a quienes lo buscan e ir a otros pueblos a predicar también allí: “para eso he venido”. En esta frase el Señor define toda su misión: ha sido enviado por le Padre Dios para anunciar el Evangelio.
San Juan Crisóstomo enseña que Jesús al decir ‘para esto he venido’ “manifiesta el misterio de la Encarnación y el señorío de su divinidad confirmando que había venido al mundo por su voluntad. Y San Lucas dice: “Para esto soy enviado” (Lc 4,43), manifestando la buena voluntad de Dios Padre sobre la disposición de la Encarnación del Hijo».
Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ése es el motivo de su ‘misión’. ‘El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras’. Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los Cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo ‘presente ya en misterio’.
Luego de Él los Apóstoles son los primeros llamados a anunciar el Evangelio de Jesucristo. También San Pablo es un vaso elegido por el Señor. La misión de anunciar el Evangelio la ha recibido directamente del Señor, misión de la que se experimenta absolutamente responsable: «¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!». Impulsado por ese celo y sentido del deber San Pablo se hace “todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos”.
Jueves
Lucas 5, 1-11
Dejándolo todo, lo siguieron. La escena del Evangelio se desarrolla a orillas del lago de Genesaret, probablemente en las proximidades de Cafarnaúm, puesto que es allí donde residía Pedro y donde por lo mismo es de suponer que ejercía su oficio de pescador.
Una mañana el Señor Jesús va en busca de Pedro, que con sus compañeros se ha pasado la noche pescando. Sin embargo, por su obediencia se produce una pesca inesperada y tan sobreabundante que reventaba la red. Al llegar a la orilla Simón Pedro no hace sino arrojarse a los pies de Jesús: el asombro se ha apoderado de él y de sus compañeros. El signo realizado por Jesús hace que de Maestro pase a llamarlo “Señor”, como reconocimiento de la divinidad de Jesucristo. Ante esta manifestación de la gloria del Señor Pedro le suplica que se aparte de él, puesto que él es un hombre impuro, pecador.
Jesús conoce bien de qué barro está hecho Pedro, conoce sus pecados, sus miserias y debilidades, sabe perfectamente que no es digno de Él, incluso sabe que lo va a negar y traicionar, pero su mirada va más allá de todo eso: el Señor Jesús mira su corazón, sabe que ha sido formado desde el seno materno para ser “pescador de hombres”, para ser apóstol de las naciones, para ser “Pedro”, la roca sobre la que va a construir su Iglesia, y teniendo todo ello en mente lo alienta a no tener miedo de mirar el horizonte y asumir la grandeza de su vocación y misión.
También a nosotros el Señor, profundo conocedor del corazón humano, nos dice: “¡No tengan miedo!, los haré pescadores de hombre, remen mar adentro. ¡No tengan miedo a descubrir el sentido de su vida y su misión en el mundo!”, a través del matrimonio, el sacerdocio o la vida consagrada. Mejor resolvamos nuestros miedos en un profundo acto de confianza en Dios: “En la confianza estará su fortaleza” (Is 30,15).
Viernes (Lucas 5, 33-39)
Vendrá un día en que les quiten al esposo y entonces sí ayunarán. Jesús de Nazaret es introducido en medio de su pueblo como el Esposo que había sido anunciado por los profetas. Lo confirma él mismo en la página evangélica que hemos escuchado, a la pregunta de los discípulos de Juan: “¿Por qué... tus discípulos no ayunan?” (Mc 2, 18), responde: “¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Mientras tengan consigo al esposo no pueden ayunar. Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces ayunarán, en aquel día” (Mc 2, 19-20).
Con esta respuesta, Jesús da a entender que el anuncio de los profetas sobre el Dios-Esposo, sobre “el Redentor, el Santo de Israel”, encuentra en él mismo su cumplimiento. Él revela su conciencia del hecho de ser Esposo entre sus discípulos, aunque al final “les será arrebatado”.
En el Evangelio de hoy, Jesús insiste en que la “alegría” y el cumplimiento de los mandamientos, sea primero. Antes del “ayuno”, antes del sacrificio, hay la alegría de estar “con el Esposo”, con Dios. Jesús quiere indicar, a propósito de la discusión sobre el ayuno que su presencia lleva una alegría que desborda el espíritu de la ley antigua. Con su venida ha empezado la gran fiesta de los esponsales de Dios con la humanidad; hemos de rehuir, pues, la tristeza y vivir en el clima alegre de la nueva alianza, que debe impregnar las necesarias prácticas penitenciales.
Así pues, Jesús es muy claro en la respuesta que da a los discípulos de Juan: está convencido que primero es la justicia y el amor, y que ése es el ayuno primero que Dios quiere: el ayuno de todo lo que estorba para que el Esposo, Jesús, se aposente en nuestro corazón. El ayuno que Él busca es el del corazón, la conversión que Él busca es la del corazón y siempre que nos enfrentemos a esta dimensión de la conversión del corazón.
Sábado (Lucas 6, 1-5)
"¿Por qué hacen lo que está prohibido hacer en sábado”. Los fariseos se entregaban totalmente al estudio de la Ley dada por Dios a Moisés así como de las “tradiciones de los padres”. Sus miembros se daban al riguroso cumplimiento de su propia interpretación de la Ley, especialmente en lo tocante al descanso sabático, a la pureza ritual y a los diezmos.
Según la tradición judía el sábado (shabbat) es el séptimo y último día de la semana, en el que el pueblo recordaba el día en que Dios había descansado luego de la obra creadora, el día que por mandato divino debía ser santificado por el pueblo de Israel mediante el descanso (ver Ex 20,9-11).
Jesús, al dar con autoridad divina la interpretación definitiva de la Ley, se vio enfrentado a algunos doctores de la Ley que no recibían su interpretación a pesar de estar garantizada por los signos divinos con que la acompañaba. Esto ocurre, en particular, respecto al problema del sábado: Jesús recuerda, frecuentemente con argumentos rabínicos, que el descanso del sábado no se quebranta por el servicio a Dios o al prójimo que realizan sus curaciones.
El Evangelio relata numerosos incidentes en que Jesús fue acusado de quebrantar la ley del sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día, sino que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que “es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla” (Mc 3, 4). El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios. “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mc 2, 28).
Nuestro sábado, el primer día en que actuó el Señor, El Domingo, Día del Señor, porque es el Día de su triunfo, el Día grandioso en que el Señor Jesús resucitó rompiendo las ataduras de la muerte, Día en el que Él hizo todo nuevo, Día por tanto consagrado al Señor.