sábado, 30 de julio de 2011

XVIII Domingo Ordinario/A segunda lectura

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario/A
Romanos 8, 35.37-39
Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo. Nada -absolutamente nada- puede apartarnos del amor que sabemos que Dios nos tiene: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?» (Rm 8, 35)... Nada... Ni la muerte, ni la vida, ni los demonios, ni el presente, ni el futuro...
El Apóstol se había encontrado personalmente con Cristo, comprendió la anchura y profundidad de su Amor (Ef 3,18) y creyó firmemente que ya nada ni nadie le podría apartar de ese Amor que le tiene el Padre en Jesús. Su confianza no se apoyaba en sus fuerzas o sus méritos perso¬nales, sino en la fuerza y el mérito de su Redentor.
San Pablo nos ofrece una lista de siete sufrimientos, muy actuales al hombre de hoy, que no podrán separarnos del amor de Dios, si le abrimos nuestro corazón y correspondemos a su amor con nuestro amor:
1) ¿La tribulación?: San Agustín en su comentario a los salmos escribe: “Esta vida corta es una tribulación: si no es una tribulación no es un viaje: pero si es un viaje o bien no amas el país hacia el cual estás viajando, o bien sin duda estarás en tribulación”. Y en otro lugar: «Si dices que no has sufrido nada aún, entonces no has empezado a ser Cristiano”. Y San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías al pueblo de Antioquía, dice: “La tribulación es una cadena que no puede ser desvinculada de la vida de un Cristiano”. Y de nuevo: “No puedes decir que un hombre es santo si no ha pasado la prueba de la tribulación”. El amor de Cristo en nuestro corazón hace “…que la tribulación engendre la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 3, 5).
2) ¿la angustia?: ante la angustia, los salmos nos remiten a una experiencia religiosa esencial: sólo de Dios, de su amor, se espera la salvación y el remedio. Dios, y no el hombre, tiene el poder de cambiar las situaciones de angustia. Así los "pobres del Señor" viven en una dependencia total y de confianza en la providencia amorosa de Dios (Cf. Sof 3,12 ss).
3) ¿la persecución?: Los primeros cristianos y todos los mártires de todos los siglos nos han dado el testimonio de que la persecución acrecentó su vigor, la contradicción exaltó su fe en la victoria. Ellos fueron un signo elocuente y grandioso que se nos pide contemplar e imitar. Ellos muestran la vitalidad de la Iglesia; son para ella y para la humanidad como una luz, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo […]. Más radicalmente aún, demuestran que el martirio es la encarnación suprema del Evangelio de la esperanza”
4) ¿el hambre?: cuando actuamos movidos por el amor de Dios, le vida se ilumina y se sostiene de la esperanza en la plenitud eterna: Dichosos los que ahora tienen hambre, porque quedarán saciados.
5) ¿la desnudez?: No olvidar que Jesús se identifica con los pobres y desnudos; así los santos descubrieron el sentido del pobre. En ellos vieron a Cristo. En sus llagas curaron las del Maestro. En sus miembros ateridos cubrieron la desnudez de Jesús.
6) ¿los peligros?: Santa teresa de Jesús nos dice: “Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma
7) ¿la espada?: Dios en su amor infinito nos libre todo mal y de todo enemigo.
El apóstol asegura que ninguno de ellos es suficientemente fuerte para separarnos del amor de Cristo, entonces: ¿quién podrá separarnos del amor de Cristo? En todo confiamos en Dios y no dudamos de su Amor. Así es la seguridad del cristiano que confía en su Padre, Dios. En efecto, nada, ni nadie podrá separarnos de Él y, por lo tanto, de la felicidad y la vida verdaderas, si así lo decidimos y nos dejamos sostener por la gracia.
Entonces “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?” (Rm 8, 35). Conocemos la respuesta del apóstol: el pecado aparta al hombre de Dios, pero el misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Cristo ha restablecido la alianza perdida. Nada ni nadie podrá apartarnos jamás del amor de Dios Padre, revelado y actuado en Cristo Jesús, mediante el poder del Espíritu Santo. La muerte misma, privada del veneno del pecado, ya no atemoriza: para quien cree, se ha transformado en un sueño que preludia el descanso eterno en la tierra prometida.
Nunca permitamos que las pruebas o dificultades sufridas por Cristo, experimentadas en nuestro esfuerzo diario de vivir según las enseñanzas de Cristo, nos aparten del Señor. Nosotros, repitamos siempre como San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rom 8,35-37).