sábado, 23 de julio de 2011

XVII Domingo ordinario/A homilía sobre la segunda lectura


XVII Domingo del Tiempo Ordinario/A
Nos predestina para que reproduzcamos en nosotros mismos la imagen de su Hijo (Cfr. Rom 8, 28-30).
El designio de Dios es uno sólo: “que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos" (v. 29), a través de un proceso salvador en cuatro fases. Así, a los que predestino (los ha amado gratuitamente desde siempre), los llamó (les ha dado la existencia), los justificó (les ha concedido la gracia del perdón por la fe) y los glorificó (los ha predestinado a la comunión eterna con él) (v. 30).
Sin embargo, para que “reproduzcamos la imagen de su Hijo” (Rom 8,29), necesariamente requerirá una gran purificación pues, por el pecado, las irregularidades y desordenes, estamos muy lejos de asemejarnos a Cristo, a su vida, sentimientos, pensamientos y deseos. Somos como una estatua que necesita ser moldeada y cincelada para llegar a lucir la perfección a la que está destinada. Para reproducir en nosotros la imagen de Cristo, el escultor divino, aunando nuestro esfuerzo, tendrá que dar duras cinceladas a nuestro barro.
Todo el ser humano, en su realidad espiritual y corporal, debe entrar en un proceso de conversión del pecado hacia Dios; por lo tanto, en todas sus dimensiones debe ser purificado para reproducir en la propia existencia la imagen misma del Hijo de Dios. Por tanto, Jesucristo debe ser conocido, amado y seguido con el fin de identificarnos con él.
El camino de la espiritualidad en la Iglesia, no es otro que el seguimiento de Jesucristo. La santidad se parece a la escultura. Leonardo da Vinci definió la escultura como «el arte de quitar». Las otras artes consisten en poner algo: color en el lienzo en la pintura, piedra sobre piedra en la arquitectura, nota tras nota en la música. Sólo la escultura consiste en quitar: quitar los pedazos de mármol que están de más para que surja la figura que se tiene en la mente. También la perfección cristiana se obtiene así, quitando, haciendo caer los pedazos inútiles, esto es, los deseos, ambiciones, proyectos y tendencias carnales que nos dispersan por todas partes y no nos dejan acabar nada.
Un día, Miguel Ángel, paseando por un jardín de Florencia, vio, en una esquina, un bloque de mármol que asomaba desde debajo de la tierra, medio cubierto de hierba y barro. Se paró en seco, como si hubiera visto a alguien, y dirigiéndose a los amigos que estaban con él exclamó: «En ese bloque de mármol está encerrado un ángel; debo sacarlo fuera». Y armado de cincel empezó a trabajar aquel bloque hasta que surgió la figura de un bello ángel.
También Dios nos mira y nos ve así: como bloques de piedra aún informes, y dice para sí: «Ahí dentro está escondida una criatura nueva y bella que espera salir a la luz; más aún, está escondida la imagen de mi propio Hijo Jesucristo [nosotros estamos destinados a “reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 29)]; ¡quiero sacarla fuera!». ¿Entonces qué hace? Toma el cincel, que es la cruz, y comienza a trabajarnos; toma las tijeras de podar y empieza a hacerlo; toma los sacramentos y santifícate, toma tiempo para la oración y transfigúrate…
Dejémonos contagiar por la manera de mirar de Jesús. Aprendamos a mirar como él. Recorramos cada rostro tratando de mirar a la gente como lo haría él. Recorramos cada rostro tratando de adivinar qué se esconde detrás de las expresiones de cansancio, indiferencia, preocupación, serenidad... Dejemos brotar en nosotros la súplica de Jesús hacia ellos.
Por tanto, reproducir en nosotros la imagen de su Hijo” significa, en resumen, vivir como Jesús, amar como Jesús; y hay que llegar a hacer eso realidad en el día a día, en la práctica. Todo lo puedo en Aquel que me conforta”.