miércoles, 29 de junio de 2011

Democracia, pluralismo y paricipación


DEMOCRACIA, PLURALISMO Y PARTICIPACIÓN
Introducción
Con los temas democracia y Verdad, consolidación de la Democracia, Participación ciudadana y Voto consciente, los Obispos, “como Pastores de la Iglesia católica en México”, han exhortado a los creyentes a ser protagonistas de la vida política de México, ejerciendo sus derechos y deberes en la vida pública; por tanto, nuestro reflexión quiere ser una modesta contribución a la formación permanente cívica de todo ciudadano, que se ha de tener en tiempos de efervescencia política y en tiempos de calma.
El tema sobre democracia, pluralismo y participación, que nos ocupa, son tres ejes del marco político, que consideramos, todo ciudadano ha de tener con claridad en su mente para entrar en el escenario de las cosas públicas y ejercer con responsabilidad sus deberes y exigir sus derechos como ciudadano.
1) La democracia
La Centessimus Annus 46, 1ª. Parte, dice que “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado”.
Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad. Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.
Concluimos este punto con los pensamientos de Federico Mayor: “No hay lugar a duda: el mundo es uno solo. Nos salvamos todos juntos o no podremos evitar el caos y la catástrofe...Tenemos que salir de los senderos recorridos para idear formas de coexistencia completamente nuevas”. Desde el desarrollo hasta la promoción de los derechos del hombre y de la democracia, los espíritus se enfrentan a menudo en oposiciones estériles. Lo más importante es volver a lo esencial: “Los unos hablan de derechos del hombre y de la democracia, los otros se apelan al desarrollo. Y a menudo, olvidan todos lo que es central: el ser humano y la exigencia -unánimemente expresada- de justicia”. Entre las tareas prioritarias, construir la paz, superar las grandes contradicciones que hay en el corazón del mundo actual, dar la prioridad a la generosidad y al amor para organizar la trama de un tejido social renovado: “La razón puede aconsejar que se dé, pero sólo la pasión y la compasión pueden conducir a darse a sí mismo -participar- lo que es la única urgencia en los tiempos en que vivimos, mientras tenemos que buscarnos caminos más justos... Sólo la desmesura es histórica y en este período de transición de una cultura de guerra a una cultura de paz, solamente una voluntad de abnegación sin medida permitirá que se hagan realidad los cambios a las transformaciones ineluctables ser realidad. La medida en amor, es amar sin medida”.
2) El Pluralismo
Cuando se piensa en una libertad individual y se traslada al orden de la convivencia surgen problemas no pequeños. Si hablamos de moral política, el núcleo de la discusión es el pluralismo en distintos niveles, en el político, religioso, cultural, las acciones dentro de un estado.
CA 46, Párrafo 2º. Expresa que “La Iglesia tampoco cierra los ojos ante el peligro del fanatismo, o fundamentalismo de quienes, en nombre de una ideología con pretensiones de científica o religiosa, creen que pueden imponer a los demás hombres su concepción de la verdad y del bien. No es de esta índole la verdad cristiana. Al no ser ideológica, la fe cristiana no pretende encuadrar en un rígido esquema la cambiante realidad sociopolítica y reconoce que la vida del hombre se desarrolla en la historia en condiciones diversas y no perfectas. La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad.
La libertad, no obstante, es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad. En un mundo sin verdad la libertad pierde su consistencia y el hombre queda expuesto a la violencia de las pasiones y a condicionamientos patentes o encubiertos. El cristiano vive la libertad y la sirve (cf. Jn 8, 3132), proponiendo continuamente, en conformidad con la naturaleza misionera de su vocación, la verdad que ha conocido. En el diálogo con los demás hombres y estando atento a la parte de verdad que encuentra en la experiencia de vida y en la cultura de las personas y de las Naciones, el cristiano no renuncia a afirmar todo lo que le han dado a conocer su fe y el correcto ejercicio de su razón”.
Por consiguiente, la existencia de un Estado de Derecho implica en los ciudadanos y, más aún, en la clase dirigente el convencimiento de que la libertad no puede estar desvinculada de la verdad. En efecto, « los graves problemas que amenazan la dignidad de la persona humana, la familia, el matrimonio, la educación, la economía y las condiciones de trabajo, la calidad de la vida y la vida misma, proponen la cuestión del Derecho ». Los Padres sinodales han subrayado con razón que « los derechos fundamentales de la persona humana están inscritos en su misma naturaleza, son queridos por Dios y, por tanto, exigen su observancia y aceptación universal. Ninguna autoridad humana puede transgredirlos apelando a la mayoría o a los consensos políticos, con el pretexto de que así se respetan el pluralismo y la democracia. Por ello, la Iglesia debe comprometerse en formar y acompañar a los laicos que están presentes en los órganos legislativos, en el gobierno y en la administración de la justicia, para que las leyes expresen siempre los principios y los valores morales que sean conformes con una sana antropología y que tengan presente el bien común ».
En efecto, El respeto de la conciencia de cada persona en la búsqueda de la verdad es el primer deber moral. El hombre ha de tener el deber de reacoger la verdad. Que el ciudadano merece respeto a su conciencia, no significa privatizar la verdad moral, no se puede decir que cada quien exprese su opinión y que cada opinión equivalga a la verdad, hay mucha distancia a la realidad.
Por tanto, es importante que, a la vez que se respeta un sano sentido de la naturaleza secular del Estado, se reconozca el papel positivo de los creyentes en la vida pública. Esto corresponde, entre otras cosas, a las exigencias de un sano pluralismo y contribuye a la construcción de una democracia auténtica.
La libertad de la que habla el sistema democrático es una libertad de carácter formal, afirma solo una parte de la libertad, que se sitúa al margen de los contenidos de la libertad y su conexión con la verdad y el bien; es una libertad de, y no una libertad para. Una libertad así no se hace cargo de toda la profundidad de la libertad humana. El despliegue de la libertad al margen de coacciones externas fracasa, no alcanza los fines que se propone. La democracia no es criticable en lo que afirma, sino en lo que niega.
Cada persona tiene que recorrer el camino hacia la verdad, en este camino no puede ser violentada. La capacidad para conocer la verdad moral es falible, dialéctica: se ejerce en dialogo, tiene importancia la tradición, siendo dialéctica, no se puede decir que la capacidad sea nula. El relativismo tiene desconfianza ante el conocimiento moral. En su conjunto es posible afirmar un pluralismo social no relativista, compatible con la presencia de la religión en la vida pública, que no anula el pluralismo.
3) La participación
Del ideal democrático ha venido la idea de la participación ciudadana. Aquí está la grandeza y la dificultad en el aunar voluntades en un proyecto común.
La participación es un paso positivo. La democracia es el sistema que mas exige del ciudadano, su compromiso y una libertad madura. Por esto, deber de los ciudadanos es cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad en espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad. El amor y el servicio a la patria forman parte del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con su responsabilidad en la vida de la comunidad política (CIgC 2239).
En el compendio de doctrina social católica justicia y paz encontramos en el no. 189, se dice: «Consecuencia característica de la subsidiaridad es la participación, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. La participación es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común.
La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas internas, la información y la cultura y, muy especialmente, la vida social y política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que depende la colaboración de todos los pueblos en la edificación de una comunidad internacional solidaria. Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren privilegios ocultos; es necesario, además, un fuerte empeño moral, para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de cada uno con respecto al bien común».
Por otra parte, en mismo documento cuando habla de ‘Participación y democracia’ en los nos. 190-191, dice que «La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia. El gobierno democrático, en efecto, se define a partir de la atribución, por parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa. Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla.
La participación puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y las instituciones: para ello, se debe prestar particular atención a los contextos históricos y sociales en los que la participación debería actuarse verdaderamente. La superación de los obstáculos culturales, jurídicos y sociales que con frecuencia se interponen, como verdaderas barreras, a la participación solidaria de los ciudadanos en los destinos de la propia comunidad, requiere una obra informativa y educativa. Una consideración cuidadosa merecen, en este sentido, todas las posturas que llevan al ciudadano a formas de participación insuficientes o incorrectas, y al difundido desinterés por todo lo que concierne a la esfera de la vida social y política: piénsese, por ejemplo, en los intentos de los ciudadanos de “contratar” con las instituciones las condiciones más ventajosas para sí mismos, casi como si éstas estuviesen al servicio de las necesidades egoístas; y en la praxis de limitarse a la expresión de la opción electoral, llegando aun en muchos casos, a abstenerse».
En el ámbito de la participación, una fuente de preocupación proviene de aquellos países con un régimen totalitario o dictatorial, donde el derecho fundamental a participar en la vida pública es negado de raíz, porque se considera una amenaza para el Estado mismo; de los países donde este derecho es enunciado sólo formalmente, sin que se pueda ejercer concretamente; y también de aquellos otros donde el crecimiento exagerado del aparato burocrático niega de hecho al ciudadano la posibilidad de proponerse como un verdadero actor de la vida social y política.
A esto podemos aunar el hecho de que el estado laico no solo niega su cooperación con las confesiones religiosas, sino que se propone ignorar positivamente el hecho religioso. El laicismo no puede reducir la religión a algo meramente privado, por la contradicción; pues, sería algo totalitario, en un mundo civilizado toda persona tiene derecho a manifestar sus ideas. Y en México mientras se dice que todos somos ciudadanos mexicanos, excluye de tal participación a los obispos, sacerdotes y pastores de otras confesiones, por el hecho de ser clérigos o pastores. Así por ejemplo, un sector de diputados y senadores, mientras defienden derechos de los gaymonios, niegan los derechos a los clérigos, considerándolos directa o indirectamente sin derechos a manifestar sus ideas; es más, se les niega su derecho de educar y formar a sus fieles en política. La Iglesia tiene “el mandato del Señor de predicar su Evangelio a todas las creaturas para que este mundo sea más justo y digno, nos obliga a no quedarnos encerrados en los templos, en las sacristías, sólo mirando al cielo y hablando de ángeles y nubes etéreas”.
El miedo que tiene el laicismo a las religiones y a sus representantes, es que se conviertan en un grupo de presión, en un poder transversal, que resulte peligroso al interés de poder. La desconfianza al hecho religioso de modo público no tiene fundamento en la lógica democrática, por el derecho de asociación, por tanto si toda Constitución puede ser reformada, ésta puede ser criticada o discutida. Aún más, cuando Ésta se contradice en lo que afirma, carece de lógica, y donde hay contradicciones es un caldo de cultivo para la discriminación, quedando al margen muchos de la tutela de los derechos humanos.
Por tanto, esto supone una concepción equivocada de la fe cristiana, como si de ella derivara un opción política, como su fuera un ejercito que atacaría a los interés del poder político o económico. El miedo o desconfianza a la religión, la etica civil se proclama por encima de la ética religiosa. En realidad, como hemos dicho en otro apartado, una verdadera ley (humana o divina) es aquella que proclama la dignidad del hombre y el bien común, el respeto a los derechos del hombre sin admitir discriminación.
«Ante estas problemáticas, si bien es lícito pensar en la utilización de una pluralidad de metodologías que reflejen sensibilidades y culturas diferentes, ningún fiel puede, sin embargo, apelar al principio del pluralismo y autonomía de los laicos en política, para favorecer soluciones que comprometan o menoscaben la salvaguardia de las exigencias éticas fundamentales para el bien común de la sociedad. No se trata en sí de “valores confesionales”, pues tales exigencias éticas están radicadas en el ser humano y pertenecen a la ley moral natural. Éstas no exigen de suyo en quien las defiende una profesión de fe cristiana, si bien la doctrina de la Iglesia las confirma y tutela siempre y en todas partes, como servicio desinteresado a la verdad sobre el hombre y el bien común de la sociedad civil. Por lo demás, no se puede negar que la política debe hacer también referencia a principios dotados de valor absoluto, precisamente porque están al servicio de la dignidad de la persona y del verdadero progreso humano» .
La fuerza de la doctrina de la Iglesia radica en la dignidad del hombre por ser hijo de Dios, lo que contrasta con aquella doctrina que se basa en una filosofía relativista: te ofrezco porque a mí me conviene. La Iglesia expresa un juicio moral, en materia económica y social, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.
“En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las autoridades políticas; ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos y en las
Cabe señalar que la Iglesia en México no puede inducir a nadie a votar a favor de ningún partido ni de ningún candidato, pero se siente en la obligación de enunciar los criterios generales para que cada quien los considere, los evalúe y dejando, el juicio último sobre por quién determinarme, en favor de quién dar el voto.
“El Evangelio debe iluminar la vida toda, como es la familia, la escuela, la política, la economía, el deporte, las relaciones internacionales, etc. En este sentido, no se pueden separar fe y política, religión y proceso electoral. Se distinguen, pero no son antagónicos. Si la fe cristiana es verdadera, debe influir en las campañas electorales, en las plataformas de los partidos, en la selección de candidatos, en la emisión del voto. Si la religión no llega a estos campos, es incompleta, mocha, coja, espiritualista; es decir, no es cristiana”.
“Por ello, que quede claro otra vez, los clérigos no pretenden el poder civil y político; no queremos imponer por la fuerza una sola concepción de la vida; no luchamos al lado de un partido político; no hacemos proselitismo a favor o en contra de candidatos o partidos. Sólo ofrecemos criterios a la comunidad para que haga una buena elección de sus legisladores y gobernantes. Sólo les recordamos las verdades fundamentales del Evangelio”.
“Les decimos, por ejemplo, que analicen si están dispuestos a hacerse corresponsables de asesinatos de inocentes, cuando apoyan con su voto a quienes legitiman el aborto, porque fallan al quinto mandamiento de la ley de Dios, que nos ordena respetar la vida. Predicamos a los creyentes que Dios hizo sólo dos sexos: masculino y femenino; que estableció el matrimonio entre hombre y mujer. Por tanto, si un católico apoya con su voto a quienes pretenden llevar al país por caminos distintos, colabora a la corrupción y a la distorsión moral de la nación. Piénsenlo”.
Asimismo, enfatizamos que “los clérigos no somos dueños de la conciencia y de la libertad ciudadana. Pero deténganse a analizar a quién van a apoyar con su voto, y no se dejen engañar por la publicidad, o por otros intereses. Y si algún candidato se siente ofendido porque recordamos estos principios morales, ¡quién sabe cómo estén su conciencia y su vida! ¿La ciudadanía puede confiar en él?”
“Pongamos los ojos en Jesús y que Él sea nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Sigamos su ejemplo, para construir un adelanto de cielo desde esta tierra. Dejémonos conducir por su Evangelio, y que Él sea nuestra luz, también en tiempos y decisiones electorales”.
“El reino de Cristo no es de origen terreno, le viene de lo alto, ni se sustenta en la fuerza o en el poder mundano, su realeza se realiza en el anuncio de la verdad, manifestando claramente la revelación de la bondad del Padre”.
“En esta época de separación jurídica entre Iglesia y Estado, los cristianos, lo mismo que otros grupos humanos, debemos defender la libertad de expresión y debemos manifestar abiertamente nuestros criterios y convicciones, los cuales deberán ser escuchados dentro del sistema democrático”.
“Cuando Jesús afirma ‘Mi reino no es de este mundo’, no quiere decir que no deba vivirse en la tierra, pues es en la tierra a donde él vino a proclamar la Buena Nueva, sino que no ha de implantarse ni defenderse como los regímenes terrenos desde el poder y la fuerza”.
“Por esto, todos nosotros debemos sentirnos no sólo amados y elegidos, sino también enviados por Cristo, como hermosamente lo expresa Juan Pablo II en su Exhortación Postsinodal Christifideles Laici: ‘Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia. Esta vocación y misión define la dignidad y la responsabilidad de cada cristiano’”.