sábado, 18 de junio de 2011

Solemnidad de la Santísima Trinidad


SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Celebramos este Domingo el misterio de la Santísima Trinidad, “el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo” (CIgC 234).
Creemos, como verdad revelada, que Dios es uno y único, que fuera de Él no hay otros dioses. Como verdad revelada creemos también que Dios, siendo uno, es comunión de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres personas distintas, no tres dioses distintos. Son un solo Dios, porque poseen la misma naturaleza divina. Dios en sí mismo no es, por tanto, un ser solitario ni inmóvil: es Comunión divina de Amor.
El misterio de la Santísima Trinidad nos ha sido revelado por la Persona, palabras y acciones de Jesucristo. Después de haber hablado por los Profetas, Dios envió a su Hijo, Jesucristo, quien nos dio la Buena Nueva de la salvación.
La Iglesia no vive ‘frente a’ la Trinidad, sino ‘en’ la Trinidad, amada con el mismo amor con que se aman el Padre, el Hijo y el Espíritu. La Trinidad divina, en efecto, ha puesto su morada en nosotros el día del Bautismo: “Yo te bautizo, dice el ministro, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
El nombre de Dios, en el cual fuimos bautizados, lo recordamos cada vez que nos santiguamos. El teólogo Romano Guardini, a propósito del signo de la cruz, afirma: “Lo hacemos antes de la oración, para que, nos ponga espiritualmente en orden; concentre en Dios pensamientos, corazón y voluntad; después de la oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha dado. Esto abraza todo el ser, cuerpo y alma, y todo se convierte en consagrado en el nombre del Dios uno y trino” (Lo spirito della liturgia. I santi segni, Brescia 2000, pp. 125-126).
¿Cómo es la relación de la Santísima Trinidad con nosotros? El Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, y el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a Él. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt 11, 27).
¿Cómo podemos vivir este misterio desde ya aquí en la tierra? Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn.14, 23). Además, siendo dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo. Y podremos ser dóciles si perseveraos e la Santa Misa, en los sacramentos, en el estudio de la religión y en la oración, que nos abren al Espíritu Santo y nos hacen captar esa suave brisa que es El y que nos llevará a elegir el bien y la verdad. A través de estos medios se puede escuchar al Espíritu Santo. Permitámosle, que haga en cada uno de nosotros, su obra de santificación.
Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios. Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí. Como nos dice San Pablo al final de la Segunda Lectura (2 Cor. 13, 12-13), que: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros”.
Que por manos de María, nuestra Señora de la soledad, podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues el Dios revelado por Jesucristo, Uno y Trino, es un Dios de amor, que ama a cada uno de nosotros, y a todos.