viernes, 17 de junio de 2011

2. La Iglesia y la comunidad política


2. “IGLESIA Y LA COMUNIDAD POLÍTICA”
El catecismo de la Iglesia católica afirma que toda institución se ha de inspirar en la originalidad del hombre –hecho por Dios a su imagen y semejanza- y de su destino –si de Dios ha salido en su grandeza y dignidad, no puede menos que encontrar su plenitud en el retorno a él-. La institución que no tenga su fuente en este principio, difícilmente podrá tener una auténtica referencia de juicio, una verdadera jerarquía de valores, y una nítida línea de conducta.
En realidad, la fuerza de la doctrina de la Iglesia radica en la dignidad del hombre por ser hijo de Dios, lo que contrasta con aquella doctrina que se basa en una filosofía relativista: te ofrezco porque a mí me conviene.
Por esto “la Iglesia invita a las autoridades civiles a juzgar y decidir a la luz de la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Las sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su independencia respecto a Dios, se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia” .
Además, cuando la Escritura da al Resucitado el título de Kyrios, el Señor, hace al mismo tiempo la afirmación sobre el hombre y su dignidad, en la cual se fundamenta la convivencia humana, en todas las estructuras de la vida social y eclesial. Por tanto, la ley que da la Iglesia a la política son los valores evangélicos sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo; por ejemplo, desde la etica moral, la justicia, la solidaridad, el valor de la paz, el genuino sentido del bien común y el respeto a las obras maravillosas salidas de las manos de Dios; así, ayuda a que “todo se oriente al orden querido por Dios” .
Por consiguiente, la Iglesia no solo ha de hacer una crítica negativa de la historia cuando esta se aparta del bien y la verdad, de la justicia y de la trascendencia del hombre, sino que, ella misma, sin dejar de denunciar del mal y la injusticia, ha de vivir y de anunciar el amor, que sólo busca hacer el bien. En efecto, el valor de la justicia, la caridad y solidaridad son valores que la iglesia aporta a la convivencia social, en toda la amplitud de las estructuras humanas; éstas son una luz para las relaciones interpersonales. De aquí podemos afirmar que La Iglesia ofrece una moral política a la política.
En efecto, en el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de la que ejercen las autoridades políticas; ella se ocupa de los aspectos temporales del bien común a causa de su ordenación al supremo Bien, nuestro fin último. Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos y en las relaciones socioeconómicas y políticas.
Así, la Iglesia, expresa un juicio moral, en materia económica, social y política, cuando lo exigen los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas.
Todo esto exige en una sociedad pluralística, tener un recto concepto de las relaciones entre la comunidad política y la Iglesia; pues, la Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno, es a la vez signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana.
En efecto, la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Pero las dos, por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, de acuerdo a las circunstancias de lugar y tiempo.
Desde luego que el hombre no se limita solo a lo temporal, sino que, sujeto de la historia humana, ha de mantener claro e íntegro su destino eterno. Por consiguiente, la Iglesia, por su parte, fundada en el amor del Redentor, contribuye a difundir cada vez más el reino de la justicia y de la caridad en el seno de cada nación y entre las naciones.
La Iglesia, por tanto, predicando la verdad evangélica e iluminando todos los sectores de la acción humana con su doctrina y con el testimonio de los cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad políticas del ciudadano. Para no salirnos de la doctrina de la Revelación y del Magisterio de la Iglesia, para no traicionar la vida, la persona y el mensaje de Jesús, necesariamente hemos de seguir el ejemplo y criterios de acción, ante la política y el mundo, que vivieron los apóstoles; pues, los pastores –obispos y sus colaboradores- tenemos la misma misión de Jesús, que confío a sus apóstoles y a sus sucesores: anunciar a los hombres a Cristo, Salvador del mundo, apoyando esta misión en el poder de Dios, el cual muchas veces manifiesta la fuerza del Evangelio en la debilidad de sus testigos.
Por consiguiente, los pastores, en medio de la comunidad política de nuestra patria, en este proceso político, que estamos viviendo, nuestra misión, consideramos, que queda bien clara: seguir los caminos y medios propios del Evangelio, los cuales se diferencian en muchas cosas de los medios que la ciudad terrena utiliza.
Aunque el orden temporal y el eterno, caminan de la mano, y la misma Iglesia se sirve de medios temporales para cumplir su misión, sin embargo, su esperanza no está en privilegios dados por el poder civil; más aún, renunciará al ejercicio de ciertos derechos legítimamente adquiridos tan pronto como conste que su uso puede empañar la pureza de su testimonio o las nuevas condiciones de vida exijan otra disposición.
Pero también es de justicia que la Iglesia tenga plenamente la plena libertad para predicar la fe, enseñar su doctrina social, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y de situaciones.
En conclusión, el ejercicio y la misión de la Iglesia en la comunidad política es fomentar y elevar todo lo verdadero, lo bueno y bello, adhiriéndose con fidelidad al Evangelio, para gloria de Dios ; es decir, la misión de la Iglesia es religiosa, pero por ello es plenamente humana, pues la gloria de Dios consiste en que el hombre llegue a su realización en el tiempo y en el espacio, hacia la eternidad dichosa.
Próximamente, “democracia, pluralismo y participación”