sábado, 7 de mayo de 2011

Tercer domingo de Pascua


TERCER DOMINGO DE PASCUA
Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha
Hoy, Domingo 3 de Pascua, continúa la Liturgia en tono de júbilo, porque Cristo ha resucitado. El “Aleluya” sigue resonando como un grito de celebración victoriosa, pues Jesús ha vuelto de la muerte a la Vida, para comunicarnos esa Vida a nosotros.
En la primera carta de san Pedro, que acabamos de escuchar, leemos que fuimos rescatados “no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha” (1 P 1, 19). Por su parte, el apóstol san Pablo afirma en la carta a los Gálatas que “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1). Esta libertad tiene un precio muy alto: la vida, la sangre del Redentor. ¡Sí! La sangre de Cristo es el precio que Dios pagó para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. La sangre de Cristo es la prueba irrefutable del amor del Padre celestial a todo hombre, sin excluir a nadie.
El Beato Juan XXIII, devoto de la Sangre del Señor desde su infancia, elegido Papa, escribió una carta apostólica para promover su culto (Inde a primis, 30 de junio de 1959), invitando a los fieles a meditar en el valor infinito de esa sangre, de la que "una sola gota puede salvar a todo el mundo de cualquier culpa" (Himno Adoro te devote).
El tema de la sangre, unido al del Cordero pascual, es de primaria importancia en la Sagrada Escritura. Jesús en la última Cena cuando, ofreciendo el cáliz a los discípulos, dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Y efectivamente, desde la flagelación hasta que le traspasaron el costado después de su muerte en la cruz, Cristo derramó toda su sangre, como verdadero Cordero inmolado para la redención universal.
El valor salvífico de la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha, se afirma expresamente en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Basta citar la bella expresión de la carta a los Hebreos: “Cristo... penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de novillos y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!” (Hb 9, 11-14).
Toda la vida de la Iglesia está inmersa en la Redención, respira la Redención. Para redimirnos, vino Cristo al mundo desde el seno del Padre; para redimirnos, se ofreció a sí mismo sobre la cruz en acto de amor supremo hacia la humanidad, dejando a su Iglesia su Cuerpo y su Sangre “en memoria suya” y haciéndola ministro de la reconciliación con poder para perdonar los pecados.
En efecto, todos los que han respondido a la elección divina para obedecer a Jesucristo, para ser rociados con su sangre y llegar a ser partícipes de su resurrección, creen que la Redención de la esclavitud del pecado es el cumplimiento de toda la Revelación divina, porque en ella se ha verificado lo que ninguna criatura habría podido nunca pensar ni hacer: o sea, que Dios inmortal en Cristo se inmoló en la Cruz por el hombre y que la humanidad mortal ha resucitado en El. Creen que la Redención es la suprema exaltación del hombre, ya que lo hace morir al pecado con el fin de hacerlo partícipe de la vida misma de Dios. Creen que cada existencia humana y la historia entera de la humanidad reciben plenitud de significado solamente por la inquebrantable certeza de que “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 51. 54). Este ha sido nuestro tema: Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha
Que la Virgen María, quien al pie de la cruz, junto al apóstol san Juan, recogió el testamento de la sangre de Jesús, nos ayude, al participación en esta Eucaristía, a reavivar nuestra fe, para que, al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, experimentemos cada vez más plenamente su amor infinito.

Tercer domingo de pascua, segunda lectura


TERCER DOMINGO DE PASCUA
Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha
Hoy, Domingo 3 de Pascua, continúa la Liturgia en tono de júbilo, porque Cristo ha resucitado. El “Aleluya” sigue resonando como un grito de celebración victoriosa, pues Jesús ha vuelto de la muerte a la Vida, para comunicarnos esa Vida a nosotros.
En la primera carta de san Pedro, que acabamos de escuchar, leemos que fuimos rescatados “no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha” (1 P 1, 19). Por su parte, el apóstol san Pablo afirma en la carta a los Gálatas que “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1). Esta libertad tiene un precio muy alto: la vida, la sangre del Redentor. ¡Sí! La sangre de Cristo es el precio que Dios pagó para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. La sangre de Cristo es la prueba irrefutable del amor del Padre celestial a todo hombre, sin excluir a nadie.
El Beato Juan XXIII, devoto de la Sangre del Señor desde su infancia, elegido Papa, escribió una carta apostólica para promover su culto (Inde a primis, 30 de junio de 1959), invitando a los fieles a meditar en el valor infinito de esa sangre, de la que "una sola gota puede salvar a todo el mundo de cualquier culpa" (Himno Adoro te devote).
El tema de la sangre, unido al del Cordero pascual, es de primaria importancia en la Sagrada Escritura. Jesús en la última Cena cuando, ofreciendo el cáliz a los discípulos, dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Y efectivamente, desde la flagelación hasta que le traspasaron el costado después de su muerte en la cruz, Cristo derramó toda su sangre, como verdadero Cordero inmolado para la redención universal.
El valor salvífico de la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha, se afirma expresamente en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Basta citar la bella expresión de la carta a los Hebreos: “Cristo... penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de novillos y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!” (Hb 9, 11-14).
Toda la vida de la Iglesia está inmersa en la Redención, respira la Redención. Para redimirnos, vino Cristo al mundo desde el seno del Padre; para redimirnos, se ofreció a sí mismo sobre la cruz en acto de amor supremo hacia la humanidad, dejando a su Iglesia su Cuerpo y su Sangre “en memoria suya” y haciéndola ministro de la reconciliación con poder para perdonar los pecados.
En efecto, todos los que han respondido a la elección divina para obedecer a Jesucristo, para ser rociados con su sangre y llegar a ser partícipes de su resurrección, creen que la Redención de la esclavitud del pecado es el cumplimiento de toda la Revelación divina, porque en ella se ha verificado lo que ninguna criatura habría podido nunca pensar ni hacer: o sea, que Dios inmortal en Cristo se inmoló en la Cruz por el hombre y que la humanidad mortal ha resucitado en El. Creen que la Redención es la suprema exaltación del hombre, ya que lo hace morir al pecado con el fin de hacerlo partícipe de la vida misma de Dios. Creen que cada existencia humana y la historia entera de la humanidad reciben plenitud de significado solamente por la inquebrantable certeza de que “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 51. 54). Este ha sido nuestro tema: Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha
Que la Virgen María, quien al pie de la cruz, junto al apóstol san Juan, recogió el testamento de la sangre de Jesús, nos ayude, al participación en esta Eucaristía, a reavivar nuestra fe, para que, al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, experimentemos cada vez más plenamente su amor infinito.


Tercer Domingo de Pascua, segunda lectura


TERCER DOMINGO DE PASCUA
Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha
Hoy, Domingo 3 de Pascua, continúa la Liturgia en tono de júbilo, porque Cristo ha resucitado. El “Aleluya” sigue resonando como un grito de celebración victoriosa, pues Jesús ha vuelto de la muerte a la Vida, para comunicarnos esa Vida a nosotros.
En la primera carta de san Pedro, que acabamos de escuchar, leemos que fuimos rescatados “no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha” (1 P 1, 19). Por su parte, el apóstol san Pablo afirma en la carta a los Gálatas que “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1). Esta libertad tiene un precio muy alto: la vida, la sangre del Redentor. ¡Sí! La sangre de Cristo es el precio que Dios pagó para librar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. La sangre de Cristo es la prueba irrefutable del amor del Padre celestial a todo hombre, sin excluir a nadie.
El Beato Juan XXIII, devoto de la Sangre del Señor desde su infancia, elegido Papa, escribió una carta apostólica para promover su culto (Inde a primis, 30 de junio de 1959), invitando a los fieles a meditar en el valor infinito de esa sangre, de la que "una sola gota puede salvar a todo el mundo de cualquier culpa" (Himno Adoro te devote).
El tema de la sangre, unido al del Cordero pascual, es de primaria importancia en la Sagrada Escritura. Jesús en la última Cena cuando, ofreciendo el cáliz a los discípulos, dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 28). Y efectivamente, desde la flagelación hasta que le traspasaron el costado después de su muerte en la cruz, Cristo derramó toda su sangre, como verdadero Cordero inmolado para la redención universal.
El valor salvífico de la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha, se afirma expresamente en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Basta citar la bella expresión de la carta a los Hebreos: “Cristo... penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de novillos y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!” (Hb 9, 11-14).
Toda la vida de la Iglesia está inmersa en la Redención, respira la Redención. Para redimirnos, vino Cristo al mundo desde el seno del Padre; para redimirnos, se ofreció a sí mismo sobre la cruz en acto de amor supremo hacia la humanidad, dejando a su Iglesia su Cuerpo y su Sangre “en memoria suya” y haciéndola ministro de la reconciliación con poder para perdonar los pecados.
En efecto, todos los que han respondido a la elección divina para obedecer a Jesucristo, para ser rociados con su sangre y llegar a ser partícipes de su resurrección, creen que la Redención de la esclavitud del pecado es el cumplimiento de toda la Revelación divina, porque en ella se ha verificado lo que ninguna criatura habría podido nunca pensar ni hacer: o sea, que Dios inmortal en Cristo se inmoló en la Cruz por el hombre y que la humanidad mortal ha resucitado en El. Creen que la Redención es la suprema exaltación del hombre, ya que lo hace morir al pecado con el fin de hacerlo partícipe de la vida misma de Dios. Creen que cada existencia humana y la historia entera de la humanidad reciben plenitud de significado solamente por la inquebrantable certeza de que “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 51. 54). Este ha sido nuestro tema: Ustedes han sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin mancha
Que la Virgen María, quien al pie de la cruz, junto al apóstol san Juan, recogió el testamento de la sangre de Jesús, nos ayude, al participación en esta Eucaristía, a reavivar nuestra fe, para que, al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, experimentemos cada vez más plenamente su amor infinito.